
Sentadas en el banco de la entrada, dos chicas estadounidenses están tomando un té verde de Nepal. Dentro de la tienda, un espacio amplio y austero, al estilo de una bodega industrial con el horno de pan a la vista, se escucha más inglés que español. Un señor de unos 60 años, con saco y zapato de borlas, le dice al chico detrás de la barra que se ha hecho casi una hora en coche desde Polanco solo para comprar su hogaza de cereales malteados: 165 pesos (unos nueve dólares). Los tés nepalíes cuestan seis dólares. En la acera de enfrente, un joven atiende en la terraza de otra cafetería nueva una videollamada en inglés desde su Mac plateado. Al terminar, pide al camarero un segundo té matcha y un pedazo de tarta de lavanda: siete dólares y medio.


