la Máquina del Cruz Azul, Debe renovarse o morir.

POR: JOSÉ MANUEL R. RACILLA
Durante años, y desde principios del futbol en México, las dinastías se han construido con base en buenos momentos futbolísticos, campeonatos y empatías dentro de muchos círculos sociales. Mencionar desde principios de siglo al equipo de los electricistas, conocido desde los inicios como el Necaxa; el oro y el Atlético Español ya desaparecidos; los cremas —hoy Águilas— equipo identificado inicialmente con las clases altas; el Guadalajara reconocido como el equipo del pueblo; Los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México, identificado con la máxima casa de estudios y por las clases estudiantiles; qué decir del antiquísimo Atlante, el equipo de las clases bajas, y nacido en una de las colonias más representativas del Distrito Federal, el tradicional barrio bravo de Tepito. Todos ellos fueron conformando lo que hoy es nuestro futbol, entre pasión y estadios antiguos, esos recuerdos que hacen que nuestros padres y abuelos tengan suspiros de nostalgia, recordando nombres como: Horacio Casarín, Luis Pirata Fuente, Salvador Chava Reyes y Tomás Balcázar; los más cercanos Carlos Reynoso y Enrique Borja, esos y tantos otros que llenaban estadios con jugadas, goles y pasión por defender sus camisetas a muerte, antes que la globalización del futbol robara la esencia y la fidelidad del balompié romántico, y se convirtiera en el negocio que conocemos actualmente.
Entre ese cúmulo de pasión desbordada, en un pueblo llamado Jasso, a unos kilómetros de la ciudad de Pachuca, Hidalgo, nace el equipo de futbol identificado con la cementera de la región, un equipo que desde divisiones inferiores cosechaba éxitos, todos ellos con una sola idea, competir en un futuro con todos esos grandes equipos del país, esos que peleaban cada año por la máxima gloria del balompié en nuestro país. Pocos sabían en aquel momento que estaban dando la bienvenida a la naciente máquina celeste de la Cruz Azul.
Don Guillermo Álvarez Macías, creador de este sueño, tenía clara idea de forjar un equipo de esta magnitud; esfuerzos compartidos, campeonatos, los míticos Miguel Marín, Javier Kalimán Guzmán, Cesario Victorino, Horacio López Salgado, Raúl Cárdenas e Ignacio Trelles, figuras que fueron creando el amor por el color azul en cada aficionado, un éxito forjado tras siete campeonatos conseguidos en la década de los setentas. No había duda, había nacido el nuevo grande, pero hoy el tercer equipo más popular del futbol mexicano agoniza.
Efectivamente, los éxitos no son infinitos, pero al paso de los años, nos preguntamos: ¿Qué pasó? ¿Se acabó la magia? ¿Tan grande le quedó el club a Guillermo Álvarez hijo? ¿Mala suerte? ¿Vacas flacas?.
En lo personal, no dudo ni un poco que el hijo de don Guillermo haya buscado a toda costa regresar la grandeza a este gran club; millones de dólares invertidos, jugadores van, entrenadores vienen, pero para poca fortuna de la institución, los inconvenientes tampoco tienen fin. Sospecha de malas administraciones llenan los pasillos de la Noria y de toda la cooperativa, nula organización, el rumor de Carlos Hurtado y otros promotores influyendo en cada plantilla, problemas de actitud o jugadores aburguesados, todo en contra del club avecindado en Xochimilco de la capital mexicana.
Nadie cree tampoco con sinceridad que todos los jugadores llegados a la máquina sean tan malos como los números indican, pero definitivamente algo pasa; pechos fríos, mercenarios, vividores, cada adjetivo que ustedes como aficionados de la maquina han vertido por cada plantilla, justificados o no, parecen perforar cada vez más el corazón de este club, ese que poco a poco pierde aficionados y que son el alma de cada institución deportiva, eso tan carente hoy en el terreno de juego.
Ahora bien, usted como fiel cementero, ¿Qué haría? La abrumadora mayoría despediría a Guillermo Álvarez sin pensarlo, pero muy a su pesar eso nunca pasará, pues nunca se ha visto que un dueño se auto-despida. Algunos otros, separarían definitivamente la promotora "Cruz Azul" de cada fichaje por sus constantes errores; y los más osados echarían a toda la plantilla como en alguna ocasión ya sucedió.
Hoy se fué Tomás Boy, aquel que en algún momento se pensaba sería el salvador de la maquina y que llevaría sangre y pasión a una línea de banda que muchas veces hizo falta, pero Tomás falló. Vendrá otro, y aunque nadie de nosotros, ni en el más aventurado soñador, piensa que quien llegue ganarán un campeonato en su primer año, el reto de esta nueva elección será revivir aquellos años, donde el carácter, el meter la pierna, el amor por la playera y que los sueños de sobresalir de aquellos años setenta renazcan, para paso a paso lograr, que este equipo vuelva a ser esa poderosa máquina celeste, ese gran Cruz Azul, que debe renovarse o morir.