La invasión de los ladrones de cuerpos

COLUMNISTA: Francisco Baeza

 

Lo que empezó hace un par de meses como un mal chiste en The Yucatan Times, un pasquín virtual de dudosa manufactura, se ha convertido en el elemento central del discurso de la oposición recorriendo las pláticas de café, las redes sociales y las calles --en coche-- como un fantasma: López conduce a México hacia el comunismo, o hacia el socialismo, o hacia el ¿mozimismo?; o hacia cualquier sitio que se parezca a Venezuela.

(Hacia qué derrotero ideológico conduce Andrés Manuel López Obrador a México es tema de otro debate, pero es más probable que lo dirija hacia algo más parecido al Estado Novo o al peronismo que al neochavismo).

El objetivo de la campaña de desinformación constante, aunque en distintas presentaciones, desde hace dos décadas es generar miedo, causarnos espanto imaginándonos expropiaciones, cortes de luz, tarjetas de racionamiento. El miedo, sabemos, es la emoción más primitiva del ser humano; el miedo, sabemos también, es irracional, no entiende de argumentos lógicos como que Rocky venció a Ivan Drago, que hay un McDonald’s en plena Plaza Roja o que el debate histórico entre izquierda y derecha hace tiempo que fue reemplazado por el de arriba y abajo.

El miedo irracional al comunista, en un sentido más amplio, se explica como el miedo a lo desconocido, a lo que nos es extraño, al otro. Se construye como enemigos, reflexiona Umberto Eco, “a aquellos que son distintos a nosotros o siguen costumbres distintas a las nuestras”. El temor que podría tener un capitalista de un comunista promotor de la propiedad colectiva, entonces, no es muy distinto al que sentían los romanos de los judíos circuncisos, o Agustín de Hipona de los orgiásticos paganos, o los ingleses de los franceses comedores de ranas; o del que confiesa mucha gente de los extraterrestres invasores planetarios.

Mucho antes de que se popularizara la idea de los hombrecillos grises y de ojazos negros que viajaban años luz para practicarnos penosos exámenes rectales, Hollywood disfrazaba hábilmente la propaganda anticomunista gubernamental con películas sobre invasiones de seres venidos del muy rojo planeta Marte. La edad dorada del género coincidió con la paranoia macartista, la sospecha generalizada de que Estados Unidos estaba invadido de quintacolumnistas a las órdenes de la Unión Soviética. De este periodo datan películas clásicas como Invasores de Marte (1953), La Tierra contra los platillos voladores (1956) y El día de los trífidos (1962). En Invasion of the body snatchers, La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, de 1956, las esporas alienígenas que se transforman en copias idénticas pero insensibles de los vecinos de Santa Mira, California predicaban sin tapujos sobre las bondades de un sistema sin distinción de clases.

Los remanentes de la operación Berlín, los Mota, los Hiriart y los Lozano, y los demás asustadores profesionales al servicio de una oposición si no derrotada, sí poco imaginativa, son niños de pecho al lado del maestro del terror Siegel.

México está pintado de rojo, sí, pero no del rojo comunista sino del rojo del semáforo pandémico, del de la sangre de las víctimas de dos sexenios y contando de violencia, del de nuestras venas aún abiertas.

Eso sí da miedo.

 

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