Solo hay un argumento para ver la televisión en Nochebuena: que te paguen por hablar de ella, como es mi caso. ¿Cuál es el suyo? Sorpréndanme. El más obvio es escapar de conversaciones incómodas durante una cena a la que demasiada gente asiste únicamente por compromiso. Y para evadirse sirve hasta ese discurso institucional del rey que seguimos todos, aunque sea de refilón. A mí me pilló en un bar, porque mi misión es reflotar la economía española desde el sector servicios y no cejo en el empeño ni en festivo.

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