Arranco este texto cargada de energía y a los 10 segundos me desinflo toda. Arranco la mañana llena de buenas intenciones porque se supone que es lo que nos toca estos días. Ya han vuelto todas las expatriadas a su casa de Vermont en los telefilmes y ya se han encontrado con ese amor no correspondido de juventud que ahora, tras encuentro fortuito en una ferretería, se convertirá en romance perpetuo. Ya se han ido los estudiantes universitarios a sus respectivos hogares, ya se han comprado los embutidos y los langostinos y los turrones, se han puesto árboles, belenes y luces leds. En mi cabeza están elegidos los manteles y la vajilla y hasta el estilismo como ejemplo normativo de clase media española, pero en la pantalla de mi televisor aparece el rótulo de que hay decenas de personas que han pasado la noche en la intemperie en Badalona. Miro el salvamanteles y pienso que no soy más que una farsante con efímeras buenas intenciones.

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